La casa, el hogar, es el primer entorno social que nuestro hijo se va a encontrar. Más allá de la decoración física se halla ese mobiliario emocional y educacional que garantizará la integridad psicológica del niño, ahí donde los besos, los abrazos o el aprender a dar las gracias hará de él una persona más feliz, respetuosa y maravillo.
Algo que saben muy bien tanto los sociólogos como los psicólogos es que las dinámicas que acontecen tras las ventanas cerradas de un hogar determinan de forma directa a una persona. Lo que ocurre en el interior de esos muros es en ocasiones una versión reducida de la propia sociedad, ahí donde puede erigirse una educación democrática o una dictatorial.
A su vez, algo que como madres y padres deberíamos tener muy claro desde un principio es el tipo de enfoque que vamos a seguir en la crianza. Cada palabra, cada acto y cada gesto va quedar impreso no solo en el cerebro de ese pequeño, sino también en ese tejido sutil e invisible que conforma un hogar.
Los expertos en el clima psicológico de un entorno, saben que las interacciones creadas entre los miembros de un grupo social, como es una familia, construyen casi sin saberlo toda una atmósfera donde a menudo, puede hacerse una rápida lectura emocional. A veces, basta con ver un rostro o el tono de voz con el que se comunican los integrantes de una casa para saber si allí reina la felicidad o si es la infelicidad la que inunda los suelos y las paredes.
Debemos tomar conciencia de este dato: un hogar es un refugio y un referente psicológico y emocional para todo niño. Levantemos entonces la casa más bonita, la más acogedora, alegre y significativa para esa nueva vida. Mi casa es pequeñita, pero los corazones que habitan en ella son muy grandes.
Hay casas que son más grandes por dentro que por fuera. Hay casas donde basta con cruzar el umbral para aspirar el equilibrio, el afecto impreso en los rostros, el respeto flotando en el ambiente y la felicidad de un niño que crece pensando que está en un castillo.
Esos son sin duda los hogares más felices, ahí donde por lo general, se dan estas características sobre las que vale la pena reflexionar unos instantes.
Un hogar donde mandan las emociones positivas
Las casas donde mandan las emociones positivas son hogares donde sus inquilinos son personas hábiles en Inteligencia Emocional.
Para que las emociones positivas estén presentes es necesario que hayamos aprendido a su vez a gestionar las negativas: cuando hay un enfado, por ejemplo, nadie lo esconde o lo disimula, sino que se habla en voz alta, con respeto y asertividad para llegar a acuerdos.
A su vez, este tipo de casas donde habita la felicidad y la armonía, están integradas por personas que entienden de empatía, que son capaces de calzarse en los zapatos del otro para entender su perspectiva y saber dar soluciones.
Por otro lado, un hogar feliz es aquel que educa a través de las caricias emocionales positivas, tales como los abrazos, la cercanía, los besos y ese tejido amable donde todo niño se siente valorado y protegido.
Una casa que educa con valores
Educar con nobles valores es una herramienta con la que dar al mundo personas más cívicas, más preocupadas por otras personas, por la naturaleza y por construir un mundo con más armonía.
Puesto que son los padres los primeros referentes en ese tejido social, es muy positivo que desde bien temprano los iniciemos en actos tan simples como aprender a dar las gracias, a decir lo siento, a dar los buenos días, a hacer uso de esa terminología que va mucho más allá de la simple cortesía.
No podemos olvidar que tras estas muestras sociales de respeto, el niño aprenderá desde bien temprano qué efecto causan a su alrededor. Al dar las gracias o al decir lo siento percibirá casi de inmediato que son palabras de poder, gestos de acercamiento donde ganar en respeto, en amistad y en reconocimiento.
Los valores son construcciones sociales donde se integra una forma noble de entender el mundo y la vida, por ello, si los iniciamos en dimensiones como el amor a la naturaleza, a los animales, el valor de la igualdad, de la justicia, del reconocimiento al débil, de la ayuda a los demás, de la lectura, el conocimiento o la libertad, estaremos dando al mundo personas muy especiales.
Para concluir, no olvides nunca que una casa es mucho más que unos muros con ventanas donde refugiarnos y hacer vida. En una casa se convive y es al fin y al cabo, un segundo útero materno donde un niño aprenderá las cosas más importantes.
Fuente:
Revista Eres Mamá